El tren que lleva al fin del mundo ya es adulto

Cerca de Ushuaia un antiguo tren construido por prisioneros cumple 25 años de su renacimiento, una experiencia para explorar los bosques patagónicos


Tierra del Fuego fue durante décadas la Siberia de Argentina. Entre 1902 y 1947, antes de que nazca la ciudad de Ushuaia, allí funcionó una prisión, aislada y con durísimas condiciones de vida. Para dotarla de leña los internos construyeron un ferrocarril a vapor, que un siglo después sigue recorriendo los bosques del extremo sur de América.

Se le llama el Tren del Fin del Mundo, aunque su nombre oficial es Ferrocarril Austral Fueguino. El ramal se desactivó cuando la cárcel cerró sus puertas, pero en 1994 resucitó como un motivo turístico. Y en su 25º cumpleaños, celebra que haya 100.000 viajeros que cada temporada sienten la experiencia de viajar en un convoy que parece de juguete.

Un tren que parece de juguete

El circuito de siete kilómetros es más corto que el que realizaban los prisioneros, que viajaban 27 kilómetros al descubierto o en vagones que parecían cajas de metal.

Por suerte ahora el trayecto se realiza en coquetos coches con asientos de madera, calefaccionados con antiguas estufas a leña que obligan a quitarse los abrigos en pocos minutos.

El tren cuenta con siete locomotoras, algunas construidas en Argentina y otras en Alemania, Inglaterra o Sudáfrica, herederas de un tiempo de viajes romántico que persiste en varias partes del mundo.

A través del bosque fueguino

El viaje atraviesa el corazón del Parque Nacional de Tierra del Fuego, un bosque patagónico de lengas, guindos, coihues y otras especies propias del clima frío.

También cruza en varios tramos el río Pipo, donde corre con fuerza el agua del deshielo de las montañas, en los que se ven los restos del antiguo puente de madera por donde pasaba el viejo tren.

La primera parada es en la estación La Macarena, donde los presos solían cargar agua para la locomotora La Coqueta.

Recuerdos del duro trabajo de los presos

Allí es posible ascender hasta un mirador que ofrece una inigualable vista del valle del Río Pipo, con los cerros Guanaco, La Portada y el Monte Susana, sitios de impactante belleza y que apenas fue tocado por la mano del hombre.

Gran parte del parque es zona intangible, y la única forma de llegar es en este tren. En varios tramos se ven ‘tocones’, troncos de 50 centímetros de alto que recuerdan la tala que hacían los presos bajo un frío extremo.

También se pasa por la recreación de un poblado yamana, una de las tres etnias que vivían en Tierra del Fuego y que desaparecieron en el siglo XX.

La alfombra verde

En otros tramos el bosque da paso a los turberas, humedales de materia orgánica en lenta descomposición donde no crecen los árboles y ni tampoco sirve para la agricultura. Es como una alfombra verde de un alto valor ecológico y que fomenta la biodiversidad.

También se ven los diques construidos por los castores en los arroyos. Si bien este roedor de dientes afilados puede ser muy simpático y todo un ejemplo de arquitectura natural, se trata de una especie introducida que causa desastres ecológicos con su instinto de andar tapiando los cursos de agua con maderas de lengas.

Vuelven los presos

En las tres estaciones el personal masculino del ferrocarril está disfrazado con los trajes a rayas de los antiguos presos, quienes explican a los pasajeros cómo en los confines de la soledad patagónica, a más de 3.100 kilómetros de Buenos Aires, los penados soportaron condiciones extremas para levantar las paredes del penal, construir el trazado del tren y dotar de leña a la prisión.

A pesar de la belleza del paisaje, donde los bosques montañosos terminan abruptamente en las aguas del Canal de Beagle, hay una dolorosa historia en cada riel de este ferrocarril.

cerodosbe.com

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