¿Y si perdemos las ganas de viajar lejos?

Tras la Primera Guerra Mundial, la ciudad de París se llenó de excombatientes dispuestos a borrar sus penas a base de champagne y ginebra.


Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los parques temáticos se convirtieron en la principal atracción para los hijos de los soldados retornados que supusieron el germen del “baby boom” y, tras el atentado de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, volar en avión ya nunca volvió a ser lo mismo.

El turismo que hoy conocemos (o conocíamos) fue tejido, en parte, por las consecuencias sociales derivadas de las grandes catástrofes recientes de la humanidad. Sin embargo, nadie contaba con una pandemia.

La crisis sanitaria que sacude el mundo actualmente arroja nuevos retos pero también muchas dudas, especialmente cuando, a diferencia de bombardeos y atentados, el conflicto es colectivo y el enemigo común un virus que solo puede ser sentenciado por una vacuna.

Y es que un año atrás, nadie habría pensado que la mascarilla se convertiría en un complemento esencial de la rutina, que el teletrabajo sería nuestro pan de cada día y la incertidumbre, el trasfondo de una nueva generación.

Una crisis a la que, por supuesto, tampoco escapa el turismo. Tras un confinamiento y su consecuente desescalada, la mayoría nos hemos limitado a viajar a nuestro pueblo, realizar una escapadita en caravana o, incluso, quedarnos en casa.

Solo entonces la pregunta flota en el ambiente dejando un poso nostálgico: ¿Volveremos a los viejos tiempos? ¿A viajar lejos? ¿A Hong Kong o a Costa Rica?

Hablamos con diferentes expertos sobre el futuro de los viajes largos, aunque ya os damos una primera pista: adiós, turismo de masas.

NO ES SOBREVIVIR, ES ADAPTARSE

Las respuestas al futuro de los viajes nacen en el propio presente. En una rutina muy diferente a la de antaño. En nuestro actual comportamiento: “El simple hecho del teletrabajo ya supone un concepto de movilidad diferente que, trasladado a los viajes, dependerá de los ‘resquicios’ de cada uno de nosotros”, cuenta a Traveler.es el psicólogo Sebastián Mera.

“La predisposición a viajar no va a ser la misma para alguien que ha perdido a un ser querido que para aquel que no se ha visto tan afectado”, continúa Sebastián, alegando que durante estos meses, gran parte de los pacientes ansían volver al momento cero en el que vivir encerrados suponía no exponerse al virus como ahora.

“El ser humano siempre ha tenido problemas para gestionar la incertidumbre, y esta se va a convertir en el principal problema de los próximos meses, ya que siempre vamos a estar en alerta en caso de aparición de un rebrote.”

A nuestra propia forma de afrontar la incertidumbre, se suman otros dos factores que condicionan la predisposición a corto plazo a la hora, no solo de viajar, sino de consumir cualquier tipo de ocio: los “beneficios” de la nueva normalidad y la influencia del exceso de información.

“Más allá del propio virus, la pandemia ha sido una experiencia transformadora”, cuenta a Traveler.es la psicóloga Anabel Báez.

“Las personas siempre hemos sentido que teníamos que viajar cuánto más lejos mejor y salir todos los fines de semana porque es lo que tocaba. Sin embargo, con este parón muchos hemos descubierto que nos sentimos bien y hemos visto que no todo lo que hacíamos era crucial. Que se puede vivir sin salir un sábado e irte a tu pueblo en lugar de hacerlo a un país lejano. Esta ha sido la primera experiencia común de una generación y ha fomentado un sentimiento de comunidad porque, a diferencia de otros sucesos, todos tenemos un miedo común”, continúa.

“Si además profundizamos un poco, descubrimos que la sobreinformación también supone un problema, especialmente en las personas de riesgo. Nuestros mayores solían contar con una rutina muy marcada que hoy se ha visto transformada y que, depende, en mayor o menor medida, de quedarse encerrados mirando por esa ventana llamada televisión, llena de noticias que meten aún más miedo en el cuerpo. Eso condiciona”.

La incertidumbre, los bombardeos de tweets, la aceptación del nuevo ritmo de un mundo que giraba demasiado rápido. Tan solo algunos de los matices que conforman el patrón del viajero medio actual pero, para algunos, no el del futuro:

“Si hacemos caso a Darwin, aquel que sobrevive no es el más fuerte, sino el que mejor se adapta”, añade Sebastián Mera. Una vez somos conscientes de esta realidad, cabe preguntarse si ciertos hábitos serán pasajeros o si se quedarán en nosotros para siempre.

“Por supuesto que la pandemia dejará en nosotros ciertos recordatorios y cambios de hábitos sociales que, contextualizados, pueden incluso llegar a ser constructivos y saludables”, cuenta la psicóloga Laura Palomares.

“Pasaremos por un tiempo de precaución y, digamos, de ‘tanteo’ antes de volver a viajar lejos. Esto es bueno y adaptativo pero, pasado ese período y una vez comprobemos que el peligro ha pasado, con mucha probabilidad volvamos a nuestras actividades, quizás con nuevas precauciones, sí, pero iremos perdiendo esa alerta poco a poco. El ser humano tiene la flexibilidad de adaptarse con agilidad y perder miedo, por lo que en la mayoría de los casos no se desarrollarán trastornos como la hodofobia (fobia a los viajes) o similares”.

UN FACTOR PSICOLÓGICO… Y ECONÓMICO

El futuro del mundo de los viajes, al igual que el de otros muchos sectores, depende de unos rasgos psicológicos evidentes, tan inherentes a la situación actual.

Sin embargo, también otros factores entran en juego. Y uno de ellos, es sin duda la temida crisis económica. Especialmente en un país como España, donde el 33% de los hogares españoles no puede permitirse ni una semana de vacaciones al año y el paro no hará sino aumentar, ¿habrá la misma predisposición a viajar?

“Por ahora, todo son especulaciones, pero hay tendencias que vemos ahora y que se pueden consolidar a medio plazo”, relata a Traveler.es el sociólogo Javier Arenas.

“La preocupación mayoritaria de la sociedad actual sigue siendo el cuidado de la salud, pero cada vez ganan más importancia las consecuencias económicas de la pandemia, ya que se está produciendo una gran retracción en el gasto de las familias y eso tiene consecuencias importantes en los productos y servicios que se compran y, especialmente, en cómo se compran (contratación flexible, por ejemplo). Y esa realidad afecta especialmente a los viajes largos”.

Javier insiste en las malas previsiones del turismo internacional, ya que algunas fuentes hablan de una recuperación de los niveles previos en tres años, mientras otras la sitúan en un margen de entre cinco a diez años, períodos en los que ya deberíamos contar con una vacuna.

“En mi opinión, solo los laboratorios de los países más ricos están en condiciones de conseguir una vacuna y, por lo tanto, serían las poblaciones de estos países las primeras en vacunarse mientras que las de los países pobres tardarán años en ser vacunadas, si es que alguna vez llegan a estarlo”, continúa Javier.

“Los turistas internacionales proceden mayoritariamente de los países ricos. Si gracias a la vacuna ya son inmunes a la COVID-19, no deberían tener miedo a viajar a cualquier destino porque, en teoría, no pueden contraer la enfermedad. Otra cosa es que nos encontremos esos países en un estado desértico y anodino y eso también produzca un rechazo colectivo”.

VOLVEREMOS A SER MARCO POLO

Nuestra predisposición a viajar y la situación de la economía son conceptos clave para comprender el futuro de los viajes largos pero, una vez afrontados, por encima del “qué” y el “cuándo”, el “cómo” será clave para descifrar nuestras futuras aventuras.

Solo entonces nos queda preguntarnos: ¿Viajaremos igual que antes? ¿Lucirá Venecia tan desbordada como en 2019 y nos empujaremos por tomar la mejor fotografía de ese atardecer en Bali? Pero especialmente: ¿Volveremos a viajar lejos?

“Rotundamente sí”, afirma Pablo Pascual Bécares, director de la agencia de viajes Sociedad Geográfica de las Indias. “Volveremos a viajar lejos, pero es muy probable que lo hagamos de otra manera. El factor seguridad y la percepción serán clave durante mucho tiempo en la elección del destino y lo probable es que haya más componente de naturaleza y menos de grandes ciudades. Un Maldivas frente a un Singapur, por ejemplo”.

Una realidad que mermaría el concepto de los viajes en grupo y el “viajar por viajar”: “Los actores del mundo del viaje (seguros, hoteles, transportes, experiencias, agencias, etc.) ya están preparados para la nueva situación. Falta que se continúen abriendo fronteras, claro, pero eso sucederá pronto. Y un poquito después, una parte de los clientes querrá volver a viajar, con precaución, con seguridad, con más garantías, leyéndose a fondo las políticas de cancelación y esas cosas que se leían poco”, continúa Pablo, ferviente defensor de un futuro de menos viajes masivos.

“El viaje de largo recorrido va a recuperar el sabroso sabor de antaño. Con el desarrollo del turismo industrial habíamos llegado a un punto en el que viajar y hacerlo lejos era casi una obligación. Pero el futuro de los viajes a medio plazo no continua por ahí. Importará de nuevo el qué, el cómo, el con quién y no tanto el dónde”, afirma, antes de arrojar el mantra definitivo del futuro de los viajes largos: “Habrá menos turistas y más viajeros”.

traveler.es

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