‘Flygskam’ o avergonzarse de montar en avión: “Hace 11 años que no subo en uno”

Fotografía proporcionada por Maja Rosén.

Hace más de una década que tomó la decisión de no volver a volar y su vida apenas ha cambiado. Rosén nos cuenta en primera persona cómo es renunciar al avión para siempre

Se calcula que alrededor de un 82% de la población mundial no ha montado jamás en avión. La sueca Maja Rosén lleva sin hacerlo desde que tenía 27 años, pero a diferencia de esos miles de millones de personas, lo ha hecho por decisión propia. Hace más de una década que, oteando el horizonte desde la cima de una montaña en las islas Lofoten, en Noruega, experimentó una epifanía que llevaba años gestándose. El planeta, esas impresionante vistas que tenía ante sus ojos, estaba en riesgo gracias a gente como ella.

“Tengo un recuerdo muy claro de que ese iba a ser mi último vuelo, en ese mismo momento me di cuenta de que no tenía sentido seguir volando”, explica a El Confidencial. No fue el último. Voló un par de veces más. El último que figura en su historial, de Oxford a Suecia en 2008. En unos años, Rosén había pasado de ser una rastreadora de ofertas en internet —“buscaba continuamente vuelos baratos en Ryanair entre Suecia e Inglaterra e invitaba a mis amigos a que viniesen a visitarme a Oxford”— a una de las pioneras en la última medida ecologista: renunciar a volar para salvar el medio ambiente.

"Si mis amigos me proponen un plan de vacaciones que implica coger un avión, les digo que no cuenten conmigo"

Una decisión vital a la que se le ha dado el nombre de 'flygskam', algo así como “vergüenza por montar en avión”. Muchos señalan esta como la razón para que el número de vuelos en el país de Greta Thunberg haya caído este año un 8%. Es más fácil decirlo que hacerlo. Pablo Díaz, profesor de Turismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), recuerda que en una reciente encuesta el 23% de los suecos afirmaba que no viajaría en avión.

“Los nórdicos siempre han tenido conciencia ecológica, mientras que los mediterráneos tenemos mayor conciencia del disfrute”, explica. “Su situación de desarrollo económico les hace preocuparse por cuestiones que en otros países ni se plantearían”. Fueron los pioneros en el cierre al tráfico del centro urbano, o en combatir la deforestación. Pero el movimiento para renunciar al avión no es nuevo, recuerda Rosén. Se remonta, por lo menos, a los años ochenta.

No siempre es sencillo contar a tus amigos que has decidido prescindir de los aviones para siempre, pero a diferencia del veganismo, sí resulta relativamente fácil ocultarlo. Al fin y al cabo, no es algo que se haga todos los días. “No es que fuese por ahí diciendo que no volaba, pero cuando alguien hablaba de que iba a coger un avión, me callaba, no les preguntaba por qué lo hacían, como hago ahora”, explica. ¿Qué ocurría, por ejemplo, si sus amigos le proponían irse de vacaciones? “Mis amigos más cercanos lo sabían, pero para mí no era una opción. Si el plan implicaba coger un avión, les decía que en ese caso no iba a ir con ellos”.

Ryanair es una de las 10 empresas más contaminantes de Europa, según Atmosfair. (iStock)

Nada que ver con la adolescente despreocupada que viajaba entre Reino Unido y Suecia a lomos de un Boeing 737-800 y que pensaba que un par de grados más no era tan malo, especialmente si tenías que pasar tus inviernos en la fría Escandinavia. “Me justificaba pensando que como no tenía coche, así lo compensaba”. Fue entonces cuando tuvo una de sus primeras revelaciones, en forma de documental narrado por Al Gore. 'Una verdad incómoda' le mostró que había que hacer algo con urgencia. Una década y media después, ni sus padres ni nadie en su familia cercana cogen un avión.

El estilo de vida de Rosén, sin que su trabajo como activista ambiental le obligue a grandes desplazamientos, y una vida hogareña en la isla de Styrsö, junto a Gotemburgo, le permiten haber esquivado desde 2008 los aviones. Su marido, Jacob, al que conoció mientras colaboraban en organizaciones contra el consumo de carne, tampoco lo hace, con una única excepción, debido a su trabajo como médico.

La pareja tiene dos hijos, un niño de nueve años y una niña de dos, que han sido su principal motivación en los últimos años. Jamás han volado sobre las nubes, aunque es posible que en algún momento sientan ganas de viajar. Algo que, como dice la activista, que recuerda que disfrutaba viajando, no implica necesariamente volar. En sus vacaciones, Rosén y su familia exploran su país natal, lo que, según ellos, les ha permitido conocer rincones olvidados por la mayoría de sus compatriotas.

"El sueño de mi hijo es ir a Japón. Y podemos hacerlo sin coger un avión, aunque tardemos dos meses. Sería la aventura de su vida"

“No he salido de Suecia desde 2008, porque hay muchas cosas que ver aquí”, explica. “Mi familia y yo vivimos en una isla en la costa oeste de Suecia, donde el agua es cristalina”. No es que viajar no le resulte divertido, es que prefiere que sus hijos tengan futuro, añade. La mayor parte del año, no viajar en avión es sencillo; en otros momentos, es posible que salga la gran pregunta: “¿Mamá, por qué nosotros no viajamos en avión?” Es probable, tarde o temprano, que su hijo quiera cumplir su sueño de conocer Japón, que se encuentra a alrededor de 8.500 kilómetros de distancia. Difícil, pero no imposible, si no se coge un avión.

“Puede ser la aventura de su vida, es un reto mucho más divertido que simplemente montarte en un avión y levantarte en Japón”, razona. “Así ves mucho más mundo, aunque tardes dos meses. Preferiría hacer algo así, aunque solo fuese una vez en la vida”. Como hacer la ruta de la seda en pleno siglo XXI. Materialmente, es factible. El puente-túnel de Öresund une Malmö con Copenhague por carretera y tren desde el año 2000. Y desde ahí, de puente a puente, Eurasia está a tiro de piedra.

Un mundo donde no existen los aviones

Dejar de montar en avión es parecido a dejar de comer carne, algo que obviamente ni Rosén ni su marido hacen. Tampoco tienen coche. Simplemente, llega un momento en el que dejas de pensar en tu antiguo estilo de vida. “No es una opción, es como si no existiesen los aviones”, recuerda. Dejar de volar no supuso un gran sacrificio. “Valoras más todo lo que puedes hacer, como ver a tus amigos o tu familia”.

De tal palo, tal astilla. Suecia es el paraíso del ecologismo, así que es lógico pensar que una niña cuya familia dejó de comer carne cuando tenía dos años, a comienzos de los años ochenta, terminase encabezando una rebelión ecologista cuatro décadas después. Ella, no obstante, relativiza la importancia de su educación. “Me crie en mitad de un bosque, así que creo que vivir tan cerca de la naturaleza me ayudó a entender su importancia”.

Todo cambió en la vida de Rosén el día de Año Nuevo de 2018. Fue entonces cuando decidió salir del armario del 'flygskam' y dar un paso adelante. Su experiencia en el activismo era larga, pero decidió llevarla a un nivel superior. Llamó a la radio para mostrar su preocupación por el cambio climático, su vecina Lotta la escuchó y juntas decidieron poner en marcha el movimiento Vi Håller Oss På Jorden. Es decir, “no volamos”. El objetivo, reducir las emisiones concienciando a los viajeros de que es posible desplazarse sin coger un avión.

Pero ¿es realmente viable? “Vivimos en un mundo global, así que para muchos no es fácil dejar de volar, lo entiendo”, concede. “Pero aquí en Suecia el 80% de los vuelos son comerciales, la mayoría de ellos son vacacionales. La situación es tan urgente que tendríamos que dejarlo, al menos por el momento”. ¿Y exigir a gobiernos y empresas que tomen cartas en el asunto, por ejemplo, para cumplir el Acuerdo de París? “No creo que dispongamos de un instrumento político hasta que más gente muestre que está dispuesta a dejar de volar”. Y señala hacia arriba: “El 10% más rico genera el 50% de las emisiones y el 60% más pobre, el 10%”.

"La gente estaría dispuesta a darlo todo si se produjese una guerra mundial, ¿por qué no con una crisis como esta?

Nos encontramos en una tormenta perfecta, recuerda Díaz. El 'boom' de las 'low cost' ha provocado que cada vez sea más barato coger un avión para recorrer una distancia más o menos corta (de Madrid a Barcelona, por ejemplo) que un tren. Ha surgido otro término como respuesta al 'flygskam': 'tagskryt' u “orgullo de viajar en tren”. “Entre ciudades conectadas por alta velocidad, sería interesante promover el transporte ferroviario, pero claro, hay que hacer política de precios”, recuerda el profesor de Turismo, que añade que debates como el encarecimiento de las tasas, que se está planteando en la UE, es difícil que lleguen a España, más dependiente del turismo.

Cambiar el mundo paso a paso

La activista sueca es consciente de que una decisión aislada no cambia nada, pero tampoco lo hace que una única persona deje de comer carne. El objetivo es el efecto contagio, que el “We Stay on the Ground' traspase fronteras”. “A los españoles que piensen que dejar de volar es una locura, que se planteen qué harían si la crisis climática se solucionase si todo el mundo lo hiciese”, propone. “La gente estaría dispuesta a darlo todo en una guerra mundial, ¿por qué no con una crisis como esta?”.

El archipiélago de Gotemburgo. (iStock)

Actualmente, el sector de la aviación produce alrededor del 3% de los gases de efecto invernadero, pero la cifra puede llegar a quintuplicarse en los próximos años. El objeto de Rosén con la campaña 'Flight Free 2020' es conseguir que 100.000 personas en todo el mundo renuncien al avión el próximo año. Ya tiene colaboradores en Reino Unido, Dinamarca, Bélgica, Francia, Alemania y Canadá, y anima a los lectores españoles a ponerse en contacto si están interesados. “Puedes pensar que como individuo es inútil, pero si juntas a 100.000 personas, ya no lo es”.

Como tantos otros movimientos ecologistas, el batir de una mariposa en Escandinavia puede generar una ola en el resto del mundo. “Es algo que tarde o temprano llegará a España, igual que ha ocurrido con los movimientos animalistas”, valora Díaz. “Puede parecer una moda, pero es cierto que está teniendo repercusión, lo que les está permitiendo conseguir cosas”. Por ejemplo, el compromiso de las aerolíneas, en la que quizá sea la peor crisis de imagen de su historia, DE reducir su huella de carbono.

"La gente carga las tintas contra China, pero es lo que les hemos enseñado desde Occidente, que hay que viajar para tener éxito

Una de las objeciones a este movimiento es que el mayor crecimiento en vuelos se está produciendo en Asia, en países superpoblados como China o India. Rosén recuerda que “mucha gente carga las tintas contra China, pero les hemos enseñado en Occidente que es el estilo de vida del éxito, nuestra huella de carbono per cápita sigue siendo mucho más alta”. El problema, añade Díaz, es que estos países, mucho menos concienciados con la situación y con una gran contaminación en las megalópolis, se están acercando a nuestros niveles per cápita: “Será insostenible”.

Escuchando a Rosén, uno empieza a sentir vergüenza por tener comprados unos billetes para las vacaciones y comienza a hacer cuentas mentales: más de 200.000 kg de CO2. O he hecho las cuentas mal, o tendría que pasar 78 años viajando al trabajo en autobús interurbano para alcanzarlo. Así que, para terminar, confieso a la activista que he pecado. “No creo que seas mala persona o que te dé igual”, concede dadivosa. “Simplemente estás acostumbrado a irte de vacaciones y lo ves algo normal; lo que sí creo es que si lo hubieses pensado más o tus amigos te hubiesen animado, hubieses buscado otra alternativa”. Tal vez sí, tal vez no. “¡QuizáS el año que viene te quedes en España!”.

El Confidencial

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