En el territorio de los Borgia al sur de Valencia

De la Seu de Xátiva al palacio ducal de Gandía, pasando por la Alquería del Duc. Las huellas de la mítica familia

CARLOS PASCUAL

A la izquierda, el castillo de Xàtiva (Valencia). AGE

Pocas familias han desatado tantas pasiones como los Borgia. Algunas, a favor. Muchas, en contra. La leyenda comenzó cuando una familia extranjera (valenciana) alcanzó el poder en Roma en el siglo XV, en un reñidero de estirpes italianas como los Colonna, Sforza, Orsini, Médici —olla de intrigas reflejada en la novela Bomarzo (1962), de Mujica Lainez—. Sus excesos (no peores que los de los otros clanes) alimentaron crónicas, piezas teatrales (Victor Hugo), óperas (Donizetti), películas (más de 50, entre otras la escandalosa Cuentos inmorales, de Borowczyk) y libros. Algunos, ácidos panfletos (Oskar Panizza, Mario Puzo); otros, de autores españoles, más templados (Blasco Ibáñez, Vázquez Montalbán, Manuel Vicent). En esa línea de aclarar el contexto histórico y no obviar lo positivo van los esfuerzos del que fuera su territorio por antonomasia, y el origen familiar: las fértiles tierras al sur de Valencia.

Se da por cierto que la familia procedía de Borja, en Aragón. Una familia campesina que vino a buscarse la vida en las alquerías de Xàtiva. Y un chaval espabilado, Alonso, que tras oír las prédicas de san Vicente Ferrer abrazó la carrera eclesiástica. Llegó a cardenal en Roma. Y en uno de esos cónclaves donde familias prepotentes no se ponían de acuerdo, fue elegido Papa como Calixto III. Duró tres años (1455-1458), pero había colocado en la órbita eclesial a su sobrino Rodrigo, y este acabaría logrando (¿pucherazo?) ser elegido Papa como Alejandro VI. Once años de pontificado (1492-1503), nueve hijos (u once, no hay acuerdo entre historiadores) y, al margen de intrigas y morbos, decisiones como el reparto del Nuevo Mundo, mejoras urbanas en Roma o la protección de espíritus como Copérnico o Miguel Ángel.

La iglesia de Sant Feliu, en la localidad valenciana de Xàtiva. en la localidad valenciana de Xàtiva.

El origen de dos Papas

No se olvidaron de su tierra, los Borgia (así italianizaron su apellido). Sus huellas se extienden por todo el territorio comprendido en el triángulo Xàtiva, Gandia y Valencia. En Xàtiva nacieron los dos Papas. Sus efigies en bronce guardan la entrada a la Seu o colegiata, que es más grande que la catedral de Valencia. En otros templos más antiguos, como Sant Pere, Sant Feliu o Sant Domènec, bautizaron o enterraron a miembros de su familia, y están llenos de tesoros artísticos.

En la plaza de la Seu, un hospital renacentista sigue cumpliendo funciones sanitarias. A pocos pasos, en un casco viejo lleno de color, dos edificios albergan el patrimonio artístico de Xàtiva. En el antiguo Almodí se guardan restos arqueológicos, romanos o musulmanes. La vecina Casa de l’Ensenyança aloja en cambio cuadros y esculturas de paisanos como José de Ribera (que nació en Xàtiva) o Vicente López. El retrato del pintor local Josep Amorós de Felipe V, quien mandó quemar la ciudad y cambiar su nombre tras la guerra de Sucesión, está colgado boca abajo, como “castigo”.

El castillo es el telón de fondo, una cinta oblonga de defensas en la falda de la montaña. Y tiene su contrapunto abajo, en la Alameda, plácido bulevar arbolado que ocupa el lugar de las antiguas murallas. Entre ambos topes conviven lo viejo y lo actual, los escudos labrados y las fachadas enlucidas, los conventos ocultos y los hornos donde comprar monas, fogasas o monxàvenes, el retablo cerámico de la botica Artigues y el “platillo volante” (la plaza de toros cubierta) que estrenó Elton John en 2007.

Al sureste de Xàtiva, sobre un mar de naranjos, el monasterio de San Jerónimo de Cotalba ha abierto sus puertas a las visitas. Fundado por el primer duque de Gandia, Alfons el Vell, en 1388, revisaba las obras Pere March, poeta y padre de Ausiàs March, quien, de niño, venía a jugar entre los obreros. La memoria de Alfons el Vell y su corte de escritores, como los March, Joanot Martorell o Roís de Corella, se recoge en la llamada Alquería del Duc, a las afueras de Gandia. La finca fue adquirida a finales del XVI por un hijo de san Francisco de Borja, quien hizo construir como pabellón de caza el edificio actual. Este alberga una escuela de hostelería (única su fideuá, que se inventó en Gandia), acoge eventos y preside el Parc dels Ullals, un marjal recuperado con senderos, dos lagunas, aves acuáticas y un aula de interpretación.

Ahí se aprende que Gandia fue muy rica. Más que por el arroz o la huerta, por la caña de azúcar. Eso hizo que el papa Alejandro VI comprara el ducado de Gandia para uno de sus hijos, Pere Lluís. En el lote entraba el palacio ducal, donde nacería el cuarto duque de Gandia, Francisco de Borja, que luego sería jesuita y santo. El palacio quedó abandonado casi un siglo, hasta que los jesuitas lo compraron en 1890. Hicieron de él un lugar de exaltación de la Orden y de su santo Borja. Abierto al público, sorprende que una ciudad que apenas ha conservado rastro de su pasado esconda semejante tesoro.

Otro reducto de mejores tiempos es el hospital de San Marcos y convento de la Claras, museo excepcional reabierto en 2018. No son muchas las piezas, pero todas sobresalientes: de Paolo de San Leocadio (traído por los Borgia de Italia para implantar el Renacimiento), Juan de Juanes, Ribera, Macip, Pedro de Mena… Legado conservado gracias a las monjas, que lo hurtaron al vandalismo. Su riqueza obedece en parte a María Enríquez, mujer a reivindicar; consorte del duque hijo del papa Alejandro, enviudó a los 22 años, fue regente y, una vez que su hijo alcanzó mayoría de edad, ingresó en el convento. A ella se debe, entre otras cosas, que Damià Forment esculpiese los ángeles del pórtico de la colegiata, arrasada en la Guerra Civil.

Ante la antigua universidad se han erigido estatuas de los Borgia/Borja principales. Fuera de eso, Gandia ha sepultado su memoria bajo bloques modernos y anodinos. No solo en el casco histórico, también en el Grao (puerto) y, sobre todo, en la franja de Gandia Playa, que luce como un escaparate. Es el cambio implacable de las cosas, el que elevó a unos Borgia al cenit del poder y la gloria, y a otros Borja, a la gloria de los santos.

El País

Volver al boletín

Artículos relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *