¿Pueden los trenes sustituir a los aviones en Europa?

El gobierno francés propuso el año pasado prohibir los viajes en avión a cuyo destino se pudiera llegar en ferrocarril en menos de dos horas y media. Posteriormente, otros ejecutivos europeos, entre ellos el español, propusieron medidas similares. No obstante, ¿Cuánto nos beneficiaría a nosotros y al medio ambiente esta vuelta a los raíles?


Nuestro planeta cruje con la fragilidad de la madera vieja: por cada tonelada de dióxido de carbono que emite una persona en cualquier parte del globo se pierden tres metros cuadrados de hielo ártico, según un estudio del Instituto Max-Plank de Meteorología. Un pasajero de avión emite, por kilómetro, unos 285 gramos de CO2: en cada vuelo Madrid-Nueva York, por ejemplo, se liberan más de 400 toneladas en total (y consecuentemente se produce un deshielo de 1,2 kilómetros).

El desarrollo de las sociedades occidentales desde finales del siglo pasado ha llevado a un constante crecimiento de una industria de la aviación que no parece ir a menguar en los próximos años. De hecho, esta industria supone más del 2% de todas las emisiones de carbono del mundo, según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA). Cifras así muestran las dificultades escondidas tras el objetivo de alcanzar la neutralidad climática en el año 2050, pero también nos orientan a transformar nuestros medios de transporte.

En 2021, el gobierno francés propuso prohibir los viajes en avión a cuyo destino se pudiera llegar en ferrocarril en menos de dos horas y media. Esta idea, que levantó la polémica en muchos rincones del continente, forma parte de una ley medioambiental que aspira a recortar un 40% de las emisiones de CO2 antes de 2030 para, así, conseguir volver a los niveles de 1990; aún todo, a día de hoy aún podemos realizar un viaje en avión entre París y Nantes. El partido alemán Die Grünen (esto es, Los Verdes) se situó en una posición similar, defendiendo también la eliminación de trayectos nacionales cortos y compartiendo un proyecto de red ferroviaria que podría conectar hasta 500 ciudades de la Unión Europea.

A esta estrategia también se sumaron organizaciones civiles como Greenpeace. La oenegé argumentó entonces que Europa podría sustituir casi todos los vuelos cortos principales y ahorrar unas 23,4 millones de toneladas de CO2 al año, «una cifra exacta a las emisiones anuales de CO2 de Croacia». Al otro lado del debate, sin embargo, esperaban los partidos políticos conservadores y las instituciones de aviación: no tardaron en calificar dichas propuestas –especialmente a la de Los Verdes alemanes– de populistas y utópicas.

El asiento español

Pero ¿qué pasa en España? En un principio, el Gobierno planteó la posibilidad –al igual que Francia– de prohibir los vuelos cortos para reemplazarlos por los trayectos ferroviarios. No obstante, los inconvenientes estructurales no acaban de convencer: la voluntad existe, pero la descarbonización del transporte es más compleja que el simple hecho de coger a los pasajeros de un avión y meterlos en un tren. De momento el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia contará con un fondo de 70.000 millones de euros, de los que en teoría 13.200 millones irán destinados a una estrategia de movilidad sostenible. Sobre cuánto irá destinado al tema que nos atañe en estas líneas, se desconoce.

Para la lucha climática es una noticia positiva que poco a poco se vayan sustituyendo los aviones por trenes en viajes de corta distancia. Ahora bien, esta acción no solucionaría a largo plazo el problema del efecto invernadero, ya que la gran mayoría de las emisiones (más de dos tercios) provienen de vuelos de larga distancia. La única solución real que se vislumbra de momento, por tanto, es el uso de combustibles más limpios. De hecho, según un estudio de la Organización Europea para la Seguridad de la Navegación Aérea (Eurocontrol), la decisión de trasladar a pasajeros internacionales del avión al tren sí conllevaría una reducción de las emisiones de CO2 en Europa, pero lo haría a cambio de un desembolso económico y un deterioro medioambiental que no salen a cuenta.

Un plan para la comunicación de destinos lejanos requiere, en primer lugar, una nueva estructura para ferrocarriles de alta velocidad, lo que según Eurocontrol conlleva una obra de más de 20 años. Para entonces, el sector aéreo predice haber inventado nuevas tecnologías de propulsión, así como haber optimizado los combustibles sostenibles, algo que podría ser suficiente para alcanzar la «aviación de cero-emisiones». Además, una gran expansión de la infraestructura ferroviaria provocaría una alteración geográfica y una paradójica pérdida de biodiversidad en el territorio construido.

Es posible que no podamos desprendernos del avión tan fácilmente, pero sí es posible apostar por proyectos multimodales que combinen viajes por aire y raíles. Ambas industrias podrían trabajar por objetivos medioambientales comunes, creando conjuntamente una solución equilibrada que nos permita alcanzar no un enfrentamiento entre modos de  transporte, sino una forma de viajes sostenibles para un futuro en condiciones.

Jorge Ratia

ethic.es

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