Los tres secretos que necesitas conocer para soportar el estrés laboral

Tras sufrir un colapso, uno de nuestros colaboradores reflexiona en torno a las acciones para domarlo y aprender a vivir con él…


El día en que entré a trabajar a la empresa me recibieron con una sonrisa. Me guiaron hasta el que sería mi lugar, me mostraron mi escritorio, mi silla, mi computadora e incluso me regalaron una taza blanca con mi nombre impreso en color naranja. En el cajón del escritorio encontré un objeto oscuro, pesado y circular que hice mío de inmediato buscando cumplir las expectativas que yo creía que los demás tenían de mí.

Al terminar la primera jornada apagué la computadora, ordené mi escritorio, cerré los cajones y dando las buenas noches me retiré a casa. El objeto oscuro, pesado y circular ya estaba en la bolsa de mi pantalón. O quizás en mi pecho, en mi alma, en mi corazón.

Era el estrés laboral que desde ese día llevaría conmigo a donde quiera que fuera.

En mis años de estudiante nadie me dijo cómo sería trabajar. O tal vez cuando lo hicieron no supe escuchar. Ansioso, yo solo pensaba en terminar la universidad, comenzar a laborar, ganar mi propio dinero y conseguir, al fin, la independencia.

Había observado en otros lo que implicaba trabajar, pero no tenía ni idea de cómo era realmente eso de despertarse una y otra vez para seguir siempre la misma rutina, luchar ante las adversidades del día a día, de proyectos que se atoran, de cosas que jamás salen como uno espera, de implacables y crueles fechas de entrega. Había visto en el rostro de mi propio padre los ojos cansados al llegar a casa esperando en aeropuertos vuelos demorados, desviados, atiborrados o cancelados. O su sombra partir al amanecer vistiendo un gorro de Portillo para el frío de la madrugada y volver a casa ya sin luz, con los hombros quebrados por las preocupaciones que implicaban las posibles devaluaciones, los golpes de estado en los países a los que viajaba, los rumores sobre el cierre de la compañía en la que trabajaba con tres hijos estudiando la universidad al mismo tiempo. Pese a tenerlo enfrente, jamás se me ocurrió pensar en lo que implicaba vivir con el lastre de ese objeto oscuro, pesado y circular alrededor del cuello. Ni en cómo me podría llegar a afectar.

Aunque realmente amaba lo que hacía, desde ese primer día empecé a sentir el peso del estrés laboral presionando mi cuello, mis hombros, mi corazón. Peso que cada año se iba haciendo un poco más difícil de tolerar por el incremento de tareas y responsabilidades. Siguiendo mi intuición, intenté domarlo de la mejor manera posible. Me mostré fuerte ante la adversidad, optimista en los días nublados y traté de ser menos aprensivo, de no tomármelo todo tan en serio.

Claro, sin dejar de trabajar, sin descuidar mi desempeño.

Luego empecé a correr para domar mis emociones. Corrí mucho. Demasiado. En los kilómetros encontraba algo de sentido, pero este se desvanecía en cuanto dejaba de moverme. Entonces regresaba la confusión y el insoportable peso de ese objeto oscuro, pesado y circular que hice mío el día en que empecé a trabajar.

Hasta que un día colapsé y todo se vino abajo. Aunque no pretendo contar esa historia, en el arduo camino para encontrarme entre los escombros de mí mismo, aprendí algunas cosas sobre el manejo del estrés laboral que aquí comparto porque sé que todos lo vivimos. Empleados o emprendedores, dueños de negocio o asalariados, fotógrafos o escritores, las exigencias del mundo laboral actual son brutales. Las expectativas mayúsculas. Y las herramientas que solemos tener para hacerles frente escasas…

1. CUIDA LAS HISTORIAS QUE TE CUENTAS DE TI MISMO
A veces, sin darnos cuenta, somos nosotros uno de los principales generadores de estrés en nuestra vida. La historia que repetimos una y otra vez acerca de nosotros mismos es inevitablemente subjetiva y obedece a una interpretación que hemos hecho de una situación determinada. En estos relatos solemos ponernos como víctimas: el mundo conspira en nuestra contra. Los clientes, los jefes y los dueños de las empresas son los villanos que buscan complicarnos las cosas. Ellos son los que nos estresan.

No nos damos cuenta de que la voz que usamos para contar estas historias no es más que el eco de nuestras inseguridades. Cada vez que te estés contando uno de estos relatos (o cada vez que se los cuentes a alguien más) haz el pequeño ejercicio de relatar esa misma historia una vez más, pero desde un lugar neutral. El simple cambio de voz hará que veas las cosas diferentes y que entiendas las razones y preocupaciones de la otra parte.

Sorpresivamente te sentirás también menos agobiado.

2. NO AL ESTRÉS AUTOIMPUESTO
¿Cuántas veces has respondido que estás estresado cuando alguien te pregunta cómo te va? Aunque hacerlo no resuelva nada, utilizas la frase una y otra vez. Tú mismo te juzgas y te sentencias: “Estoy estresado”. Al verbalizarlo conviertes al estrés en tu realidad y terminas por agobiarte incluso en momentos en los que deberías de estar relajado (¿alguien dijo domingo por la tarde?). Aunque no te des cuenta, las palabras tienen un poder inmenso para contribuir a la creación de la realidad en la que vives. La próxima vez que te descubras diciendo o pensando que estás estresado, intenta describir mejor lo que te pasa: “Me siento inseguro porque mañana es lunes y no hemos terminado el proyecto. Tengo miedo de la reacción de mi jefe”. Hacerlo así te ayudará a romper el círculo vicioso de sentirte eternamente estresado. A ubicar una inseguridad para trabajar en ella, a entender exactamente cuáles son los pendientes que debes resolver para dejar de sentirte tan agobiado.

3. DATE TU TIEMPO
Aunque suene como una obviedad, es muy difícil darte tiempo para ti mismo cuando existes perpetuamente estresado. Lo más dramático es que resulta absolutamente indispensable hacerlo: necesitas de tu propio tiempo.

Cada día.

Ese instante para escalar tu montaña, tomar tu fotografía, escribir tu novela, leer ese libro, escuchar esa canción. Hablar contigo mismo. Ese momento en el que eres solo tú. Oblígate a hacerlo parte de tu rutina y jamás permitas que el estrés laboral te lo quite. 30 minutos cada día pueden suficientes para estar bien contigo mismo, con lo que eres, con lo que sueñas; suficientes para darte cuenta de que olvidaste ese objeto oscuro, pesado y circular en el cajón de tu oficina.

Eduardo Scheffler Zawadzki

Entrepreneur

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