Israel tiene el banco de piel más grande del mundo

El Hospital Hadassah, en Jerusalén, mantiene la piel congelada en cajones que contienen láminas de piel enrolladas, los cuales se encuentran sumergidos, a su vez, en grandes contenedores


A finales del año 2019 el director general de Sanidad de Nueva Zelanda, Ashley Bloomfield, anunció en una rueda de prensa la adquisición de cien mil centímetros cuadrados de piel, con un costo cercano al millón de dólares, a un banco de piel de Estados Unidos.

La razón de tan peculiar transacción no era otra que la erupción del Whakaari, un volcán situado en una isla deshabitada en el noreste de Nueva Zelanda, que provocó quemaduras graves en más de una veintena de supervivientes.

Y es que en el siglo veinte el tratamiento del paciente quemado experimentó una verdadera revolución, se desarrollaron los antibióticos, las unidades de quemados, el cuidado intensivo, el soporte nutricional, así como las terapias físicas y psicológicas. Una de las últimas piezas de este complejo puzle fue la creación de los bancos de piel, el primero, Euro Skin Bank, fue fundado en 1976 en Beverwijk (Holanda).

Los primeros trasplantes de piel

La noticia más antigua de un trasplante procede de la India, en donde el cirujano Sushruta realizó numerosos trasplantes de piel allá por el siglo VIII a. de C. Todos eran autotransplantes, se utilizaba piel procedente de la región glútea del propio paciente para reparar las mutilaciones nasales, uno de los castigos más frecuentes en aquellas latitudes.

Siglos después el italiano Gaspare Tagliacozzi (1545-1599), profesor de anatomía de la Universidad de Bolonia, perfeccionó la técnica realizando autotrasplantes y alotransplantes, con piel de otras personas.

Además de la rinoplastia, Tagliacozzi preconizaba la reconstrucción estética de labios y orejas. En su famoso tratado de cirugía no solo se limitaba a describir el procedimiento, sino que también detallaba la instrumentación necesaria para llevarlo a cabo y los pasos que se habían de seguir tanto para que la operación fuese exitosa como en las semanas siguientes a la misma.

Este galeno planteó la posibilidad de que pudieran aparecer rechazos frente al injerto, a los que atribuyó el poder de la «fuerza y la individualidad».

Un tesoro congelado

En 1944 dos investigadores, Luyet y Webster, fueron los primeros en documentar la congelación como un método efectivo para conservar tejidos. Algunos años más tarde se almacenaron por vez primera fragmentos de piel cadavérica mediante el uso de soluciones suplementadas con un diez por ciento de suero, como agente preservador. Fue el comienzo de lo que décadas después se conocería en todo el mundo como ‘bancos de piel’.

La Segunda Intifada dejó un saldo de casi un centenar de ataques suicidas, más de cinco mil muertos y decenas de miles de heridos, muchos de ellos con graves quemaduras. Fueron precisamente este tipo de atentados los que generaron la necesidad de crear una unidad de quemados en el Hospital Hadassah de Jerusalén y dotarla, poco tiempo después, del banco de piel más grande del mundo.

En este hospital se mantiene la piel congelada con nitrógeno líquido en cajones que contienen láminas de piel enrolladas, los cuales se encuentran sumergidos, a su vez, en grandes contenedores.

Se estima que seis de estos contenedores pueden albergar más de ciento setenta metros cuadrados de piel, con los cuales se podría tratar, al menos, a un centenar de personas con quemaduras de hasta el cincuenta por ciento de su superficie corporal.

Una persona sana tiene en torno a dos metros cuadrados de piel y lo normal es extraer unos cinco mil centímetros cuadrados por cadáver. La piel es el último órgano que se extrae de un fallecido, ya que no es preciso que haya latido cardiaco, y tras su conservación y almacenamiento puede llegar a utilizarse durante un periodo máximo de cinco años.

Por: Pedro Gargantilla – M.D.

elmundoalinstante.com

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