Cómo reconstruir la zona de confort que la pandemia ha dinamitado

La actual crisis sanitaria ha cambiado los escenarios donde nos sentimos seguros. Antes, reunirnos con nuestra familia o amigos en una casa era seguro, ahora es peligroso. Sin embargo, estar a dos metros de distancia con personas con tapabocas, nos hace sentir a salvo.


Toques de queda, prohibición de reunirse más de diez  personas en espacios cerrados, confinamientos perimetrales… Aunque aceptamos todas estas medidas como parte de la situación que estamos viviendo, conscientes (unos más que otros) de su carácter coyuntural y temporal, la realidad es que nos afectan psicológica y emocionalmente. Uno de los muchos motivos es que ponen patas arriba nuestro concepto de seguridad. Situaciones que antes nos hacían sentir seguros, integrados socialmente y, de algún modo, plenos en nuestra interacción social, como reunirnos con la familia o con nuestros amigos en una casa, ahora son una bomba de tiempo. Sin embargo, actividades “distópicas” como pasear solos por una calle semi-vacía, con la única compañía lejana de otras personas con tapabocas, nos producen seguridad.

¿Cómo afrontamos estos cambios tan drásticos? No es sencillo hacerlo estoicamente, por ello muchas personas están sufriendo ansiedad, angustia, estrés, insomnio y trastornos adaptativos. “Hay patrones mentales que, por norma, no se sienten seguros nunca, que son los que viven con mayor incertidumbre esta realidad, son los llamados buscadores de perjuicio”, señalan los psicólogos. “En el otro lado de la balanza están los que se agarran al riesgo y le aplican una mirada positiva; es decir, buscan el beneficio que le puede aportar la situación. En este caso, serían aquellas personas que están aprovechando esta época complicada para crecer emocionalmente, para formarse, para aprender cosas nuevas, entre otras”.

¿Dónde está nuestro lugar de control?

Otro concepto importante para entender cómo reaccionamos los individuos ante situaciones excesivamente demandantes como la que estamos viviendo es el de lugar o locus de control, que hace referencia a la percepción que tiene una persona acerca de dónde se localiza el agente causal de los acontecimientos de su vida cotidiana. “Algunas personas tienen este lugar dentro de sí mismas, es decir, se han trabajado lo suficiente como para mantener el control a pesar de las circunstancias externas. Otras, por el contrario, carecen de esa independencia emocional, y depositan ese control en otros (el gobierno, la sociedad, etc)”, explica la experta. “Obviamente, este segundo grupo es el que pierde el equilibrio emocional con más facilidad, ya que, ante un resultado negativo (por ejemplo, que él o alguien de su entorno cercano de positivo en la infección, pese a haber tomado todas las medidas) no es capaz de relativizar y aceptar que a veces no se puede controlar todo”, añaden.

Cómo reconstruir la seguridad

La seguridad es uno de los motivadores más poderosos del comportamiento humano. De hecho, ocupa el segundo “escalón” en La pirámide de Maslow o jerarquía de las necesidades humanas, una teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en 1970. En ella se explica que las acciones del ser humano nacen de una motivación innata a cubrir nuestras necesidades, las cuales se ordenan jerárquicamente dependiendo la importancia que tienen para nuestro bienestar. “Con la pandemia, hemos bajado de la cúspide de la pirámide, donde se encuentran las necesidades de autorrealización, a la segunda escala de necesidad. Se han disparado las alarmas interiores de que estamos en espacios no seguros. La falta de seguridad que tenemos nos amenaza con la muerte, que es uno de los miedos más ancestrales, y que despierta en nosotros aquello más primario. A partir de aquí es posible cualquier reacción. Somos capaces de ver en los demás o en nosotros reacciones que no veríamos nunca”, afirman los psicólogos.

Pero, para enfrentarnos a esto y tratar de re-construir nuestra seguridad interior, al ser humano no le faltan recursos. Los especialistas hablan de cuatro tipos: fisiológicos (prácticas como la meditación, la relación, la actividad física, la actividad sexual, entre otras), cognitivos (“un mindset mental, que nos permita hacerle frente al riesgo físico desde un espacio de confort interior: mirada positiva, optimismo, confianza, esperanza) emocionales, (activando las emociones positivas que más nos hagan disfrutar) y actitudinales (ejecutando esas acciones que nos ayuden a estar bien).

“Estamos en la era de Psicología Positiva (que no hay que confundir con ‘buenismo’ o el ‘falso optimismo’). Esta corriente apela a la capacidad de gestión de la emocionalidad más desfavorable, pero desde una mirada interior. En concreto, estudia la experiencia humana óptima y deriva del concepto de Salutogénesis, acuñado por el sociólogo Aaron Antonovski”, define la psicóloga. “Es un enfoque médico que estudia los factores que apoyan la salud y el bienestar humanos, en lugar de centrarse en los que causan enfermedades”, concluyen los psicólogos.

Por: Marta de Andrés

elmundoalinstante.com

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