El Camino de Santiago Francés de bodega en bodega

Aunque pueda parecer un contrasentido, se puede (y se debe) combinar la peregrinación con el enoturismo.

LA BODEGA DE TINTO MÁS SEPTENTRIONAL DE ESPAÑA
Roncesvalles marca la puerta de entrada al territorio español, pero los primeros pasos del caminante se hacen de rogar hasta descubrir el primer idilio bodeguero. Imprescindible el alto en Bodegas Otazu, donde vino, arte e historia conviven a escasos 10 kilómetros de Pamplona.

Se despliega así ante los ojos del caminante un tesoro museístico donde no solo el vino lleva la voz cantante. Colecciones contemporáneas y modernas se albergan así en un antiguo palacio renacentista, donde una torre y una iglesia medieval comparten paisaje con esculturas al aire libre firmadas por artistas de la talla de Manolo Valdés.

Todo ello con las sierras de Sarbil como testigo de una proeza enológica más que centenaria que va más allá de las bellas artes. Tanto que las parcelas de sus viñas, distribuidas en cuatro variedades de uva distintas, tienen nombres tan sugerentes como Picasso, Cervantes o Goethe. Puro arte.

CIEN LITROS DIARIOS PARA EL CAMINANTE
Imprescindible la parada antes de abandonar Navarra cuando los pasos se orientan más allá de Puente La Reina. Al sur de ésta, Tierra Estella, donde no se puede obviar la parada en la Fuente del Vino de Bodegas Irache (en Ayegui), que cada día se llena con 100 litros de vino joven para calmar la sed del caminante.

UNA BODEGA ENTRE DOS TIEMPOS
No muy lejos de allí, en este cruce de caminos y ríos, la vista y el paladar se van detrás de historias y vinos como los de Propiedad de Arínzano, una bodega que acredita hacer vino desde hace casi 1.000 años.

Prácticamente tan vieja como el propio Camino, la bodega se ha vestido también de siglo XXI, ilustrando su puerta de entrada con una obra de Rafael Moneo. Confluyen así, fieles a ese espíritu de concordia navarra, vanguardia y modernidad en un alojamiento con dos encantadoras casas de campo con ocho habitaciones de auténtico lujo (cuatro en La Villa y cuatro en La Casona) en los que darse un capricho peregrino más allá de los albergues. 1055 se convierte así en el año de reclamo de este idílico paraje, circundado por apenas 120 hectáreas de viñedo, donde cada uno de sus vinos es un conjunción de sabor e historia, como los Gran Vino o el icónico Señorío de Arínzano.

FOTO: EGUREN UGARTE

UN RAMAL ALAVÉS Y MUY SUBTERRÁNEO
Logroño casi se vislumbra tras pasar por Viana, pórtico navarro antes de penetrar en el mar de viñas riojano. Sin embargo, el caminante agradecerá, aunque la Calle Laurel le eche en falta, adentrarse en la Rioja Alavesa y poner rumbo a Laguardia. Adheridos así a la fidelidad del Codex Calixtinus, primera ‘guía de viaje’ del Camino, merece la pena aventurarse en esta capital del vino donde el enoturismo está presente a cada paso.

Quedarse con solo una mención es casi imposible, desde pequeñas y jóvenes aventuras como Bodega 202, cuya historia comienza con el romance de sus propietarios durante un peregrinaje a Santiago hasta Bodegas Eguren Ugarte, con más de 150 años de historia. En esta última sus tentaciones enológicas de primer nivel se consolidan con la visita a sus legendarios calados riojanos. Más de 2.000 metros de roca horadada donde el vino duerme y donde el viajero puede embeberse de tradición. Ya en la superficie, la visita se puede combinar con rutas a caballo o en carreta por los viñedos.

CON FRANK GEHRY EN EL HORIZONTE
Aprovechando la veleidad de salirse de la ruta, recomponer la trazada y encauzar los pasos hacia el este riojano sirve como pretexto para hacer un alto en Bodegas Herederos del Marqués de Riscal, otro icono centenario. Letras de oro para descubrir desde Lanciego a otra de las grandes casas del vino español, al que añadirle un acento ligeramente canadiense.

Aquí es donde la vista se yergue para comprobar el trabajo que el arquitecto Frank Gehry, premio Pritzker entre otros muchos galardones, onduló entre arenisca y titanio un fastuoso hotel, abrigado por los viñedos históricos de la casa. Otro lujo para hacer un alto en el camino con una garantía cinco estrellas, catas y la oportunidad de probar un estrella Michelin, dándose algún capricho profano.

LA SENDA DEL TIEMPO
Con el circunloquio a punto de llegar a su fin y a pesar de obviar Nájera, alma y corazón de la historia riojana, encaramos la llegada a Santo Domingo de la Calzada poniendo otro hito enológico en el camino: Bodegas Finca La Emperatriz, en Baños de Rioja, separada por apenas 10 kilómetros de Santo Domingo, última parada riojana de esta enoruta.

Aquí el paisaje empieza a mutar, abandonando el verde de la viña para dorarse en los incipientes dorados castellanos. Alterna el trigo con la vid, ideólogas de la trilogía mediterránea junto al olivo, y que sirve en esta familiar bodega para descubrir una oferta de tapas y catas con las que recuperar fuerzas antes de proseguir.

FOTO: ISTOCK

A POR LANA A LA TIERRA DEL DUCADO
El aterrizaje burgalés incita al viajero a dejarse caer fuera de los limes del Camino Francés, pero adhiriéndose con cierta holgura a la ruta del Camino de la Lana, que emergía de las costumbres de la Mesta en un peregrinaje levantino hasta entroncar con la ruta castellana. Aquí el requiebro nos lleva a Lerma, donde el palacio ducal y la colegiata de San Pedro (en la imagen) saludan.

Despliegues nobiliarios aparte, esta histórica villa a 50 kilómetros de Burgos sirve como pretexto para adentrarse en la DO Arlanza y en una de sus más afamadas banderas: Bodegas Lerma. Lechazo, tempranillo y viñedos centenarios en apenas 30 hectáreas son los valores seguros a los que aferrarse en una comida palaciega antes de retomar la puridad de la ruta xacobea. De aquí, corazón de Burgos, el salto espera ya en tierras palentinas.

UN RODEO ROSADO POR LA D.O. CIGALES
Frómista, Castrojeriz o Carrión de los Condes aguardan como paradas clásicas en el Camino Francés, pero adentrarse en Palencia y hablar de vino exige un circunloquio por la zona sur. Es tierra de rosados y toca cuadrarse cuando Cigales entra en la escena, eterno referente del clarete patrio.

La opción para retomar la senda palentina es Bodega Remigio de Salas Jalón, en Dueñas (Palencia), lo que permite enhebrar de nuevo el recorrido con el Camino Francés. Sencilla pero cargada de historia, esta coqueta bodega es un auténtico viaje al pasado. Adentrarse en sus cavas subterráneas del siglo XIX, enmarcadas y catar vino en esa profundidad, donde viejas cubas, prensas y depósitos dan la bienvenida es algo único.

LA PUERTA POP A LA MENCÍA Y LA GODELLO
El Bierzo rampa como frontera con Galicia y una forma imprescindible de saber qué se trama enológicamente aquí es acudir a Canedo. Allí espera la bodega Palacio de Canedo, o lo que es lo mismo, los dominios de José Luis Prada, el popular Prada a Tope, que combina enoturismo, hotel rural, viñedos y conservas de calidad en una misma propuesta.

Guindas en aguardiente, pimientos asados y vino, mucho vino, incluso algún guiño espumoso y dulce, pero donde mencías tintos y godellos blancos llevan la voz cantante de una parada más que necesaria para caminantes, no caminantes, amantes del vino o simplemente viajeros curiosos.

DONDE O GOZO COMIENZA A INTUIRSE
El viajero se despide de El Bierzo y de Ponferrada, dejando atrás el paisaje de Las Médulas para entroncar el paso con Valdeorras, puerta orensana de entrada a Galicia y a sus vinos, atrapándose en la magia que el Sil pone al encauzarse. Buena piedra de toque supone para el enoturista, ya prendado del verde gallego, acercarse a la propuesta de Bodegas Godeval.

En pleno O Barco de Valdeorras, epicentro de la zona, Godeval abre las puertas de sus cavas, de sus viñedos y también del Mosteiro de Xagoaza, un proyecto de recuperación histórica de un antiguo monasterio e iglesia del siglo XI, la de San Miguel, que ahora sirve también como destilería, tal y como hacían los monjes, y como sala de barricas, en pleno Camino del Interior.

VITICULTURA HEROICA EN PLENITUD
El Sil marca la senda, hasta enlazar con el río Miño, pero decenas de pequeños ríos culebrean en ese estrecho margen que Ourense y Lugo se marcan. Así se llega a Adegas Ponte da Boga, la más antigua de las bodegas de la DO Ribeira Sacra, circundada de escarpados viñedos donde la mencía y la godello comparten escenario con otras uvas autóctonas como la brancellao o la sousón.

Con ese carácter hospitalario que define al gallego, la bodega dispone de varias experiencias enoturísticas que incluyen rutas de trekking por el viñedo (para el que aún tenga fuelle en las piernas) o placeres más hedonistas como el pack del Pic-nic en el río Edo o la propuesta Cheese & Wine, todo ello regado con los vinos de la casa.

FOTO: ISTOCK

UN JUBILEO JUBILOSO
Se percibe la cercanía del mar y la DO Rías Baixas se embravece, alcanzando algunos pueblos del interior de A Coruña, es el caso de la icónica Padrón, donde además de pimientos y del Convento do Carmen también hay hueco para un alto enoturístico. Aquí la referencia es Pazo Arretén, una coqueta bodega con hotel donde la uva albariño lleva la voz cantante.

Catas guiadas, recorrido por el pazo y, como no, un contrapunto gastronómico con delicias de la zona son el remate ineludible para acercarse con fuerzas de sobra a Santiago al día siguiente, al que esperamos que no tenga en cuenta los rodeos dados antes de estrecharlo entre nuestros brazos.

National Geographic

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