Un agosto de novedades veraniegas en Barcelona

Un bar con vistas al Mediterráneo, una apetecible vermutería o la tranquilidad de un claustro gótico entre las nuevas ofertas de ocio y cultura en la capital catalana

La piscina del GO Beach Club, en la zona del Fórum de Barcelona.

CONSUELO BAUTISTA CRISTIAN SEGURA

La juerga en la piscina del Go Beach Club empieza un par de horas antes de que caiga el sol y termina al amanecer. Jóvenes de todo el mundo bailan al son de la música que pincha el DJ, en una terraza que se eleva sobre yates de lujo y sobre el Mediterráneo, y que es uno de los principales reclamos en un verano barcelonés repleto de novedades para el ocio y la cultura. Detrás de ellos aparecen, como vigías en la costa, las tres chimeneas de la térmica del Besòs, vestigio industrial llamado a ser icono de la nueva Barcelona metropolitana.

Saturados sus barrios más céntricos, la capital catalana expande su oferta hacia sus límites. El Go Beach Club es el nuevo intento para consolidar el puerto deportivo del Fòrum como un espacio de ocio, como lo ha sido el Puerto Olímpico. Aquí se celebran festivales, la feria de abril y acontecimientos deportivos que de alguna forma han ayudado a olvidar la historia del lugar: el puerto se construyó exactamente sobre el Camp de la Bota, el sitio en el que entre 1939 y 1952 los tribunales militares franquistas ordenaron fusilar a casi 1.706 personas. Frente al puerto, desde el pasado febrero, un mural recuerda los nombres de los ejecutados.

En sus instalaciones ya han fracasado el Café del Mar o el CDM Beach Club. Andreu Garrigó, cofundador del Go Beach Club, cree que hay señales que indican que la apuesta es hoy más segura, como la próxima apertura de un hotel de la cadena Hard Rock y la cada vez mayor ocupación de los edificios de oficinas del cercano distrito de negocios 22@. El Go Beach Club, que tiene cuatro plantas con diferentes salas, no solo organiza fiestas, también abre la piscina al público y cuenta con un restaurante y un bar para tomar algo tras la jornada laboral. La barra de la sala de baile es de corian, un material sintético que, asegura Garrigó, han puesto de moda las discotecas de los petro-Estados del Golfo Pérsico, de Qatar a los Emiratos Árabes.

En el extremo opuesto de Barcelona, la ciudad ha ido ganando terreno al mar en la bocana Norte del gran puerto. En 2018 se inauguró Marina Vela, el último club náutico de la ciudad. Situado a los pies del hotel Vela, el coloso diseñado por Ricardo Bofill, se llega tras un largo paseo desde la playa de la Barceloneta, por una avenida óptima para recorrer en bicicleta, patines o skate. Marina Vela está cobrando vida poco a poco, y el último vecino en llegar ha sido el merendero Camping Mar (paseo Joan de Borbó, 103), del grupo de restauración En compañía de lobos. No es un merendero playero al uso, primero porque se ubica dentro de las instalaciones del club y segundo porque los precios son elevados y parte de su clientela son las tripulaciones de los barcos atracados. Su especialidad son la paella y la fideuá, aunque también vale la pena degustar la olla de mejillones cocinados al vapor con limón y apio mientras se contempla en el horizonte el perfil de la montaña de Montjuïc.

Serrat, Núria Feliu y Raimon, fotografiados en 1976. Una de las fotografías de Oriol Maspons que se exponen en el Museu Nacional d’Art de Catalunya ARXIU FOTOGRÀFIC ORIOL MASPONS

Precisamente en Montjuïc, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (el MNAC), se exhibe este verano la primera retrospectiva dedicada a la fotografía de Oriol Maspons. Su obra abarca géneros y lugares de lo más variopintos, pero sus trabajos vinculados a su ciudad natal pueden servir como ruta privilegiada para observar algunos de los cambios sociales y urbanísticos que ha experimentado Barcelona. Se muestran sus testimonios visuales de las desaparecidas chabolas de Montjuïc, el glamur de la izquierda chic de la calle Tuset en la década de 1960 o las fotografías que tomó para la que probablemente es la guía más emblemática de la ciudad, Barcelona pam a pam, de 1971 y escrita por Alexandre Cirici i Pellicer. Además, el museo programa hasta el 3 de setiembre la Nit Maspons, con cenas, concierto de jazz y la proyección al aire libre del filme Visages Villages (2017).

 

La vermutería La Mari Ollero, en la calle Calabria de la capital catalana.

La expansión de Sant Antoni

Posiblemente Sant Antoni sea el barrio más de moda de Barcelona. En los límites del Eixample, está expandiendo su oferta para un público moderno, tanto local como extranjero, más allá de la zona del mercado o de la calle Parlament. La confluencia de las calles Calabria, Rocafort y Viladomat con la avenida del Paralelo se está significando como un foco de bares de copas y gastronomía rápida y de calidad.

En el número 5 de la calle Calabria acaba de inaugurarse una vermutería excelente: La Mari Ollero (nombre de la madre de uno de los socios). Aquí se mezclan las tradiciones culinarias catalanas con las cordobesas. Una combinación original puede ser el vermut de la casa con sifón y una tapa de caracoles cabrillas.

La heladería artesanal Sante Gelato, en la calle Sepúlveda de Barcelona. CONSUELO BAUTISTA

A Sant Antoni lo divide en dos la avenida Mistral, una arteria que estalla en vitalidad las noches de verano con el trasiego de vecinos que buscan un poco de aire. Si hasta hace poco separaba las manzanas más trendy de las más populares, la ola de nuevos comercios está empezando a cruzar la frontera: un ejemplo es la heladería artesanal Sante Gelato (Sepúlveda, 53), el segundo local en la ciudad de la familia hispano-venezolana de Renzo Paniccia. Las especialidades son sobre todo los productos elaborados con chocolate, aunque Paniccia también recomienda el helado de leche merengada, muy oscuro, explica, porque utiliza canela pura. Y a finales de este año introducirá helados de frutas tropicales como la guayaba, la guánabana o la papaya, en honor a sus raíces caribeñas.

El claustro del monasterio de Pedralbes, en Barcelona. SELENA RUS GETTY IMAGES

Las jornadas veraniegas en Barcelona pueden ser asfixiantes y la ciudad no solo ofrece sus piscinas y el mar para refrescarse: el claustro gótico del Monasterio de Pedralbes, una de las joyas todavía desconocidas para el turismo de masas, abre los martes y los viernes de agosto y de septiembre, entre las seis de la tarde y las nueve de la noche, para disfrutar de la calma, de su jardín y de un museo con obras de arte sacro excepcionales. A las siete de la tarde, las monjas clarisas celebran una misa en un espacio privado, una ceremonia que puede seguirse desde la distancia. Una oportunidad única, sea el visitante católico o no, para meditar y dejarse llevar por los cánticos de las pocas religiosas de clausura que quedan en Pedralbes.

El País

Volver al boletín

Artículos relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *