Con este sistema de navegación se dio la primera vuelta al mundo

Hace 500 años Fernando de Magallanes lideró una de las mayores gestas de todos los tiempos con la ayuda de unos aparejos científicos muy rudimentarios 

El 6 de septiembre de 1522 arribaron en Sanlúcar de Barrameda casi una veintena de hombres, enfermos, famélicos y desnutridos a bordo de una nao destartalada. Acababan de culminar una proeza que tan sólo será comparable a la que protagonizaremos cuando alcancemos el planeta rojo.

Durante casi tres años aquellos bizarros marineros surcaron los mares y océanos con rumbo constante hacia occidente, una singladura que los llevó a recorrer más de 14.000 leguas. Su objetivo era alcanzar las Molucas, las islas de las especias, el “Dorado de Oriente”.

La historia de aquel viaje la conocemos gracias a la meticulosidad de uno de los tripulantes, el italiano Antonio Pigafetta, autor de un delicioso diario. Fue el primero en advertir de la “pérdida” de un día completo cuando se viaja hacia el oeste. Detalle que retomaría siglos después Julio Verne en su novela «La vuelta al mundo en ochenta días».

Los GPS del siglo XVI

En aquellos momentos no se disponía de los sofisticados sistemas de navegación con los que contamos actualmente. Hace quinientos años las navegaciones se sustentaban en las concepciones geográficas y científicas desarrolladas tiempo atrás por Eratóstenes, Posidonio y Ptolomeo. Eratóstenes -un geógrafo que vivió en el siglo III a.C- fijó en treinta y nueve mil kilómetros la longitud del ecuador, una medición asombrosa, pues tan sólo erró en mil kilómetros. Cien años después Posidonio calculó en unos veintiocho mil kilómetros la circunferencia de nuestro planeta, cifra que ratificó Ptolomeo en el siglo II después de Cristo.

Con base a estos datos los pilotos empleaban cartas de navegación, también conocidas como náuticas. Consistían, básicamente, en mapas a escala de los distintos lugares a los que se dirigían.

A partir del siglo XIII empezaron a difundirse las cartas portulanas, que incorporaban cabos, bahías y señalizaban rumbos entre puertos marítimos. Se sabe que en la Casa de la Contratación de Sevilla las cartas portulanas se iban actualizando –como nuestros modernos navegadores- a medida que los hombres de mar aportaban información sobre los territorios descubiertos.

El máximo desarrollo de estas cartas portulanas –o simplemente portulanos- se produjo entre los siglos XIV y XV. Sobre ellas los avezados marineros colocaban sus compases náuticos, adminículos con los que calculaban la distancia entre dos puntos. 

Escandallos y ampolletas

Con la ayuda del astrolabio deducían la posición de la embarcación en función de la orientación del sol y de las estrellas. Etimológicamente, astrolabio procede del griego “astron” –astro- y “lanbanien” –buscar”, es decir, el buscador de astro.

Contaban además con el escandallo, una plomada que empleaban para conocer la profundidad del mar por la que navegaban –el calado-. Para medir el tiempo disponían de ampolletas o relojes de arena, los dos más utilizados por la marinería era una ampolleta de tres minutos y medio y otra de media hora.

Con la ayuda de las brújulas o, como la conocían los navegantes en aquel momento, agujas de marear, establecían el norte magnético. Por último, para conocer la velocidad que alcanzaban los barcos lanzaban una astilla por la proa y medían el tiempo que tardaba en desaparecer por la popa de la embarcación.

El emperador Carlos V confió en esta ciencia tan “sofisticada” e invirtió más de ocho millones de maravedíes, una verdadera fortuna, en aprovisionar las cinco naves que formaron la mítica expedición (San Antonio, Trinidad, Concepción, Victoria y Santiago). El cargamento que trajo la única de las cinco embarcaciones que regresó a la península –Victoria- costeó holgadamente el coste de todo el viaje. La Historia siempre la escriben los audaces…

Fuente: elmmundoalinstante.com

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