Los bosques ‘muertos’ de Ecuador, la lucha por la supervivencia

El bosque seco ecuatoriano, esa otra variedad tropical mucho menos exhuberante de lo que la gente suele imaginarse, vive en una persistente lucha contra el cambio climático y la amenaza de un ser humano que no conoce fronteras.


El bosque seco del suroeste del país fue inscrito en 2014 en la red mundial de reservas de biosfera de la Unesco.

Comprende medio millón de hectáreas y es monitoreado debido al fuerte impacto que está teniendo el cambio climático, la tala indiscriminada, la urbanización o la expansión de la frontera agraria y ganadera.

Esos y otros peligros llevaron a Carlos Espinosa, biólogo de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), a iniciar una investigación sobre la supervivencia de las especies en ese entorno, que la mayor parte del año recibe apenas 10 mililitros de lluvia al mes.

Espinosa destaca la “fuerte estacionalidad climática” en los bosques secos, concentrados en las provincias de Manabí, en el litoral oeste, y las sureñas Loja y El Oro, así como los riesgos a los que están expuestos.

“Cuando se habla de bosques tropicales la gente se imagina un bosque exhuberante, siempre verde”, abunda, y no un escenario que a veces parece casi “muerto”.

Y es que debido a la escasa precipitación, los árboles pierden la mayor parte de sus hojas y eso le confiere su característica predominante de que la formación parezca un “bosque seco”, afirma el investigador.

Espinosa ha enfocado parte de su trabajo en los efectos de la actividad humana sobre la biodiversidad de un ecosistema que desde afuera puede parecer carente de vida y “sin gracia”, pero que “por dentro tiene una gran diversidad”.

En Ecuador los bosques secos se encuentran en las zonas de Zapotillo, en la misma provincia de Loja y en la Reserva Ecológica Arenillas, de El Oro, ambas en el sur, y en el Parque Nacional Machalilla, en Manabí (oeste).

Este ecosistema, en el que conviven murciélagos, aves, monos, ardillas y venados, así como reptiles de pequeño tamaño, se encuentra en lugares generalmente aislados, por lo que solo lo habitan especies de flora y fauna con gran resistencia a su árido clima.

“Tenemos un grupo de investigación trabajando en varias líneas. Por un lado, estamos intentando comprender los efectos sobre temas de biodiversidad, aves, murciélagos y otros grupos. También estamos viendo los efectos que esto tiene sobre los servicios ecosistémicos”, explicó el biólogo sobre el impacto del ser humano.tala indiscriminada de árboles, tanto para comerciar la madera como para urbanizar zonas, es una de las actividades con mayor repercusión sobre este frágil ecosistema.

“La pérdida del estado de conservación del bosque puede afectar a algunos grupos importantes para el ser humano, como las abejas, que son insectos polinizadores con un impacto sumamente grande sobre la productividad de los cultivos”, explicó.

Un estudio realizado en el 2017 por Espinosa y otros investigadores de varios países, indicó que una sexta parte del territorio ecuatoriano está conformado por bosques de hoja caduca o semicaduca, y el índice de deforestación de estas zonas áridas llegaba a los 57 kilómetros cuadrados anuales en el período 1989-2007.

Ello debido en parte a un cambio en el uso de la tierra que ha causado una degradación medioambiental que potencia, además, los efectos negativos del cambio climático. Porque no sólo el ser humano es crucial en esta reducción.

La falta de lluvias o el retraso de las corrientes marítimas -que impiden la llegada de peces que sirven de alimento a las aves de reservas como la de Arenillas- tienen un impacto en la flora y la fauna de estos bosques.

Juan Pablo Suárez, vicerrector de Investigación en la UTPL, recalcó que proyectos como el de Espinosa, buscan “aportar a la construcción de biodiversidad” y “desarrollar estrategias que permitan frenar los efectos del cambio climático en la biodiversidad” de esas zonas.

En Ecuador, el 50% de estos ecosistemas son parte del Sistema de Áreas Protegidas del Ministerio del Ambiente, que ha lanzado proyectos como el Plan de Manejo del Refugio de Vida Silvestre Marina y Costera Pacoche, para conservar el bosque seco dentro del Parque Nacional Machalilla, ubicado en Manabí.

El bosque seco no es solo un lugar lleno de biodiversidad que debe ser protegido por razones medioambientales, sino también porque su belleza atrae a miles de turistas entre diciembre y enero, que durante unos pocos días, pueden observar en todo su esplendor cuando finalmente florece.

elcomercio.com

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